Todos para uno...
El caballo de Laramie empezó a renquear; y puesto que Wingfoot era el único ser vivo a quien quería Laramie, se detuvo a mediodía sin pensar en sus propias necesidades.
La larga jornada del día anterior, realizada con el fin de interponer un centenar de millas entre sí y cierto rancho en el que la costumbre de recurrir a la utilización del revólver tan pronto como se le hacía la menor provocación, le valió una repulsa general, había agravado la torcedura de un tendón del caballo. Laramie se deslizó de la silla al suelo.
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