Los jinetes de la pradera roja
Las metálicas pisadas de un caballo herrado que se alejaba iban amortiguándose poco a poco, y una nube de polvo amarillento elevóse de entre los álamos, extendiéndose sobre la pradera.
Juana Withersteen contempló con vaga y soñadora mirada la ancha vertiente que se extendía ante ella. Un jinete que acababa de visitarla, y el mensaje que le transmitió, eran la causa de su tristeza. Muy pensativa, esperaba la llegada de los dignatarios de la Iglesia, que venían para discutirle el derecho a tener amistad con un gentil.
Preguntábase Juana si el desasosiego y la rivalidad que se advertían durante aquellos últimos tiempos en el pequeño pueblo de Cottonwoods iban a envolverla a ella también.
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