jueves, 19 de mayo de 2011

Nevada

Nevada

Nevada volvió la cabeza cuando su caballo, sintiendo el acicate de las espuelas, se lanzó al camino. Vio los tres hombres que yacían en el suelo y el azulino humo de sus disparos que flotaba en el aire, dispersándose. El rostro de Benjamín Ide estaba blanco y convulso.
-¡Adiós, amigo! -exlamó por segunda vez con voz estentórea, y, poniéndose de pie en los estribos, agitó el sombrero. Así creyó despedirse para siempre de aquel amigo que un día le salvara, socorriéndole y amparándole, y al que amaba más que a un hermano.
Después prestó atención al camino amarillento por el que avanzaba rauda su montura, y tornó a sentirse invadido por  una emoción descorazonadora.

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