Odio de razas
Nophaie llevó su rebaño de cabras a las estribaciones del desierto, cubiertas de salvia, a la hora del amanecer. El aire abrileño era frío y penetrante y estaba cargado de la fragancia húmeda de las tierras altas. Traddy y Tinny, los perros del pastor, tenían una mirada vigilante y un ladrido de aviso para las reses que se separaban del rebaño. Las formas grises de los lobos y los leonados gatos silvestres se movían como sombras a través de la vegetación.
Nophaie se dirigió hacia el oeste, donde, sobre un muro pétreo, grande y accidentado, el cielo rosado adquiría una tonalidad de oro y desde donde parecía a punto de derramarse la gloria de un esplendor de luz. Nophaie tenía la costumbre instintiva de permanecer quieto durante unos instantes, vigilando y esperando sin cesar. Las puertas de todos los hogares de su aldea se abrían al sol naciente. Tales gentes adoraban el sol, los elementos y la Naturaleza.
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