El rancho Majestad
Lance Sidway se levantó de los escalones de piedra del Museo de Historia Natural y sonrió melancólicamente al pensar que aquélla era su tercera visita a dicha institución. Lo mismo que en sus dos visitas anteriores había ido de un lado a otro, a través de todas las salas, y examinando ejemplares de animales salvajes. Le gustaban los seres de cuatro patas, y aunque sentía cierta pena al contemplar a aquellos pobres e inanimados remedos de los que fueran hermosas y libres bestias, dueñas de la selva, experimentaba una sensación de paz y de reposo que no había sentido desde que dejara las vastas extensiones de su querido Oregón para dirigirse a Hollywwod.
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