Jinetes enlutados
-¡Eh, tú! Ten un poco más de cuidado.
-No te asustes, preciosa. Es polvo nada más lo que se desprende de mis ropas.
-Has podido sacudirte en la calle. ¡No se puede respirar a tu lado!
El grupo de mineros que entraba en el saloon en ese momento reía con fuerza.
Y empujaron al compañero con quien la muchacha protestaba hacia ella.
Una gran nube de polvo se desprendió en aquel rápido movimiento.
-¡Esto no hay quien lo soporte! -exclamó la muchacha, echando a correr hacia el interior del local.
Edgar Harris, el propietario del establecimiento, dijo a uno de sus hombres de confianza: -Acércate a ver qué le ha ocurrido a Diana. Ordénala que continúe en la puerta. Avísame cuando llegue tu amigo Jack. Es la persona que más estoy necesitando en mi negocio.
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