El paso del sol poniente
El polvoriento tren transcontinental llegó a Wagontongue hacia las doce de un caluroso día de junio. La muerta estación volvió lentamente a la vida. Los mejicanos que estaban perezosamente sentados a la sombra del andén, no se movieron siquiera.
Trueman Rock bajó despacio del vagón, llevando el maletín en la mano, en tanto que en su rostro, moreno y flaco, aparecía una expresión de curiosidad e interés. Llevaba un traje a cuadros, algo ordinario, bastante arrugado, y un enorme sombrero gris que había prestado prolongado servicio. El modo de andar y su flexible cuerpo indicaban que aquel hombre era jinete de profesión. Una mirada atenta y perspicaz habría podido observar el bulto de un revólver que llevaba bajo la chaqueta, sobre la cadera izquierda.
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