Los caminantes del desierto
Adan Larey contempló con mirada dura y sorprendida la silenciosa corriente del río de bermejas aguas por el que pensaba dirigirse al desierto.
El río Colorado no inspiraba seguridad ni confianza. Con fuerza silenciosa rebasaba sus bancos de arena como si pretendiera engullirlos; fangos y espeso, deslizábase con mil revueltas y enorme caudal desde el Estado de Arizona hasta la costa de California. Majestuos y rutilante bajo el cálido cielo, dejaba las márgenes verdes de álamos y sauces para dirigirse al Sur, hacia la desnuda y abrupta antiplanicie, hacia las rojas rampas del ignorado y tenebroso desierto.
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