La sangre de los valientes
El hombre se puso en pie y dijo:
-Judith Lauren está usted libre.
La mujer se estremeció. Cerró los ojos un momento.
Al abrirlos vio de nuevo aquella habitación en la que tal vez no volvería a entrar nunca más. Vio de nuevo las dos grandes ventanas enrejadas que proyectaban luz sobre la mesa. Docenas de expedientes estaban agitados a ambos lados de ésta, y tus papeles amarillentos causaban una sensación de tristeza que llegaba como la punta de un cuchillo hasta lo más profundo del alma.
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