El senador Mc Kee, sin duda alguna, era el hombre más querido, admirado y respetado de Cheyenne, la bulliciosa capital del territorio de Wyoming.
Querido, por su infinita bondad y sencillez. Admirado y respetado, porque nadie ignoraba los esfuerzos que realizaba para combatir y desenmascarar a quienes dirigían el juego y toda clase de vicios existentes en la ciudad.
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