Justicia de cáñamo
Al apearse del tren, Mark Gee creyó haber llegado a un pueblo muerto, desierto. Un pueblo fantasma tan silencioso como un cementerio.
Perplejo, miró arriba y abajo del andén. No distinguió un solo ser humano en todo lo que alcanzaba la vista.
Ni siquiera empleados del ferrocarril.
Todo estaba perfectamente desierto.
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