Ha muerto una mujer
La mujer contempló los lentos y cadenciosos movimientos del pistolero. Andaba con la indolencia de los tejanos, y sus revólveres estaban adornados con plata, como ella había visto en Nuevo México y en algunos lugares de Arizona. Pero había algo en aquel hombre que indicaba que no era un tipo del Sur. Quizá sus cabellos más bien rubios, su boca demasiado enérgica o sus ojos demasiado grises. Gizel no hubiera sabido decirlo, pero el caso es que se le quedó mirando, y siguióle con los ojos hasta que el desconocido se perdió entre los grupos que ocupaban la extensa llanura.
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