El demonio en la frente
La lancha había cortado gases al motor, y ahora giraba lentamente, dejándose arrastrar por las aguas turbias del Sena. Estaba a la algura del Quai de Conti, es decir cerca de Notre Dame. Se veía la isla de la Citè, así como la isla de San Luis, profusamente iluminadas. Se veían las luces de los restaurantes caros que hay por los alrededores, esos restaurantes donde a uno se le pueden ir en una cena todos los ingresos del mes. Se veían también las luces de los bares y de los bistrots donde quizás algunas mujeres bonitas aguardaban quietamente, cara a la noche. Se veían todas esas cosas han hecho de París una ciudad casi mágica, una ciudad sucia, densa, maloliente, y sin embargo maravillosa.
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