El sabor de la venganza
Bajo el tórrido sol avanzaban los ocho hombres. El agua de la charca en que se habían zambullido poco antes siete de ellos, vestidos y con las botas puestas, se iban evaporando de sus cuerpos.
El único que cabalgaba lleno de polvo hasta las cejas y las pestañas era Rex Mulligan, el capataz. Él se reservaba para cuando llegaran a Paraíso; les faltaban ya pocos kilómetros.
Como surgidos del infierno, aparecieron en la llanura, envueltos en una nube de polvo. Se acercaron galopando y lanzando frenéticos gritos de guerra. Eran más de veinte.
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