El tahúr
Inmutable. En su rostro era de todo punto imposible captar algo que pudiera servir como punto de apoyo en su suposición, aunque fuese aventurada.
Sus ojos negros eran siempre los mismos, sin que el brillo aumentase o disminuyera a lo largo de las horas. La misma suavidad de sus dedos con las cartas. La misma posición de sus entreabiertos labios, con los dientes sujetando, sin morder en ningún momento, el cigarro puro que parecía formar parte de su propia cara.
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