jueves, 9 de julio de 2020

Ros M. Talbot

Lobos bajo llave

Aquel pueblo tenía el sugestivo nombre de Presidio.
Era un pueblo fronterizo.
Naturalmente, todos los pueblos que Carmelo Ramos conocía eran fronterizos. Se pasaba la vida entera yendo de un lado a otro del Río Grande -y quien dice de un lado para otro dice también de una a otra orilla-, jugando a las cartas y desplumando a todo el mundo.
Carmelo Ramos estaba considerado como el mejor jugador de póker de la frontera, el más joven, el más simpático, el más caradura y el que mayor cantidad de peleas organizaba siempre. La violencia parecía perseguirlo como su sombra. Una violencia que no mataba a nadie, pero que siempre dejaba destrozado un establecimiento público. Carmelo, con la mejor de sus sonrisas, pagaba los destrozos, se despedía muy cortésmente y se marchaba a otro "saloon" a empezar una nueva partida.

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