Un revólver heredado
A finales de 1886, Magdalena, en el territorio de Nuevo México, era un pueblo dejado de la mano de Dios. Se había formado poco más de una docena de años antes cuando alguien encontró oro -puede que alguna pepita que el viento arrastrara de quién sabe dónde- en las montañas próximas. Entonces los buscadores cayeron como buitres y, como necesitaban comer, dormir y divertirse, tras ellos llegaron los comerciantes para instalar un comedero -nunca mereció ser llamado restaurante-, una fonda, un saloon y un burdel. Éste era el mejor edificio de todos los del pueblo; incluso construido con auténticos ladrillos.
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