Por una mujer
Ya hacía seis días que había sido detenido y su aspecto era mucho más desagradable que aquel primer día en que ya se antojó sumamente deplorable. Se había negado a afeitarse y lavarse, aunque no a comer y a beber, por esto a la suciedad que ya había traído consigo, se había añadido la acumulada durante los seis días de encierro en una celda de por sí no demasiado limpia. Comía con las manos y se las limpiaba en la camisa o en el pantalón, escupía continuamente al suelo casi a cada chupada de cigarrillo cuya colilla mascaba después con gran deleite. Cuando quería dormir rechazaba el jergón y se tumbaba en tierra, sobre los escupitajos.
Susanna le miraba con horror. Sin embargo, le miraba. La cautivaba como podía hacerlo un brujo, como lo haría una serpiente si ella fuese una liebre. Dicken Trafford, sin ser un hombre demasiado feo, poseía todo aquello que repele a las mujeres.
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