El ojo de la furia
Los cuatro hombres, eran apenas cuatro sombras siniestras en la oscuridad, ocultos a un tiro de piedra de la casa cuyas ventanas, iluminadas semejaban luciérnagas amarillas.
Brasler, grasoso y lento, gruñó:
-¿A qué esperamos. Esa gente debe haber cerrado el trato hace rato.
-Seguro -replicó Louie Booth, mirándolo iracundo con su único ojo inyectado en sangre-. Han cerrado el trato y deben haber cenado también. Pero si atacamos ahora habremos de pelear con dos hombres más. ¿Es que no puedes pensar por tu cuenta o qué?
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