Entre ceja y ceja
A través de las estrellas rendija que quedaban entre el ala de su sombrero y sus ojos, Roger Halley observó a la viajera que se hallaba en el asiento frontero al suyo, en el mismo vagón del ferrocarril.
La había visto subir muchos kilómetros atrás y admirado silenciosamente su hermosura. Luego, ella se había acomodado en el asiento, después de saludarle con una cortés y fría inclinación de cabeza. Halley hubiera dado algo bueno por conocer su nombre.
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