¡Peste!
El jinete detuvo el caballo y paseó la mirada por el paisaje, un tanto inquieto, porque después de la larga jornada estaba seguro de haberse extraviado.
Hacia el norte se extendía una sucesión de ondulantes montañas cubiertas de bosques que bajo la luz del crepúsculo adquirían tintes oscuros y siniestros.
Todo lo demás eran pastos que la sequía había arruinado, excepto los que, en el sur se extendían a ambas orillas de un estrecho caudal de agua casi seco. Allí, dos pinceladas de verde señalaban el curso de lo que en época de lluvia debía ser un riachuelo tumultuoso.
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