sábado, 18 de enero de 2014

Keith Luger

El resonar del trueno

Gus Lerency, de sesenta años, delgado, ojillos de ratón, sombrero raído y ropa a la miseria, muy cubierta de mugre, se detuvo delante de la verja del palacio del emperador Maximiliano.
Los dos centinelas, que montaban guardia en sus respectivas garitas, lo miraron con prevención y enseñaron las bayonetas que remataban sus fusiles.
Gus se sacudió las ropas, con lo cual elevó una espesa nube de polvo, y sonrió forzadamente a los dos centinelas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario