-Tienes visita, Slade.
Levanté la cabeza. Por un momento, pensé haber oído mal.
-¿Es a mí? -pregunté-. ¿Has dicho... una visita?
-Sí, eso dije -afirmó el celador, haciendo chirriar la llave en la cerradura. Luego, pulsó el resorte electrónico y la puerta de la celda se deslizó, con un suave zumbido-. ¿Es que te has vuelto sordo últimamente?
-Y mudo. Y ciego -rezongué, encogiéndome de hombros. Luego sacudí la cabeza-. No espero visitas. Nadie se acuerda de mí. Ni siquiera mi abogado. Como es de oficio, y no espera cobrar un centavo por mi defensa, me ha dejado abandonado a mi suerte.
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