El rancho de los reptiles
-¡Peter!
-¡Hola!
-¡Hola! ¿Está Joe?
-Debe andar por el rancho. ¿Pasa algo?
-Dile que cuando vaya por el pueblo pase por casa. Hay una carta para él.
-¿Una carta? ¿Es posible? ¿Por qué no la dejas?
-Porque no la llevo. Pero me he acordado que llegó ayer.
-Está bien. Se lo diré, así que aparezca. ¡Es extraño que haya una carta para él!
jueves, 19 de julio de 2012
Shark pidió venganza
Shark pidió venganza
Los dedos desgarraron la tela roja.
La muchacha gritó agudamente, echando a correr. Jirones de su blusa llamativa quedaron en los dedos fuertes y velludos del hombre.
Unas risotadas acompañaron la fuga estéril de la joven. La correa trenzada del látigo restalló en el aire, culebreando en pos de ella, y alcanzándola en sus recias posaderas, encima de la amplia falda. Aun con esa protección, la mujer chilló, sin duda dolorida.
Los dedos desgarraron la tela roja.
La muchacha gritó agudamente, echando a correr. Jirones de su blusa llamativa quedaron en los dedos fuertes y velludos del hombre.
Unas risotadas acompañaron la fuga estéril de la joven. La correa trenzada del látigo restalló en el aire, culebreando en pos de ella, y alcanzándola en sus recias posaderas, encima de la amplia falda. Aun con esa protección, la mujer chilló, sin duda dolorida.
jueves, 10 de mayo de 2012
No tengas prisa para morir
No tengas prisa para morir
-¡Leeman!
Más que una interpelación era un grito, una llamada, la voz ronca de la muerte que se agudizaba al elevar el tono.
Leeman estaba acodado en el mostrador del saloon. Era un mostrador hecho de una sola pieza de viejo roble, una pieza de casi cuatro pulgadas que una bala de revólver no conseguiría atravesar.
El mozo del saloon miró a Leeman y los que estaban en el local, dejaron de jugar, cuchichearon, se apartaron de las ventanas. Todos sabían quién estaba afuera.
-¡Leeman!
Más que una interpelación era un grito, una llamada, la voz ronca de la muerte que se agudizaba al elevar el tono.
Leeman estaba acodado en el mostrador del saloon. Era un mostrador hecho de una sola pieza de viejo roble, una pieza de casi cuatro pulgadas que una bala de revólver no conseguiría atravesar.
El mozo del saloon miró a Leeman y los que estaban en el local, dejaron de jugar, cuchichearon, se apartaron de las ventanas. Todos sabían quién estaba afuera.
El fugitivo
El fugitivo
El pueblo estaba lleno de vaqueros y trabajadores que acababan de cobrar sus jornales, pasándose las horas ante sus vasos, llenos de rojizo licor.
En la habitación más escondida del Lafe Hennesy, seis hombres se hallaban sentados alrededor de una mesa redonda, jugando al póker. Dos de ellos eran vaqueros que se proponían pasar la noche así. Quade Belton, un jugador profesional, moreno, de ojos muy vivos, tenía ante él el mayor de los montones de plata y oro que había encima de la mesa. Su compañero, Steve Henderson, marchaba también perfectamente. El quinto hombre era un individuo desconocido en aquellas latitudes. El sexto se esforzaba por mantenerse sereno, pero sudaba copiosamente. Se le daba mal aquello. Contaría veintitantos años de edad y, a juzgar por el aspecto de sus manos y rostro, no era ningún caballista. Por otro lado, bastaba verlo mover las cartas para apreciar que tenía poco de jugador. Se llamaba Barse Lockheart.
El pueblo estaba lleno de vaqueros y trabajadores que acababan de cobrar sus jornales, pasándose las horas ante sus vasos, llenos de rojizo licor.
En la habitación más escondida del Lafe Hennesy, seis hombres se hallaban sentados alrededor de una mesa redonda, jugando al póker. Dos de ellos eran vaqueros que se proponían pasar la noche así. Quade Belton, un jugador profesional, moreno, de ojos muy vivos, tenía ante él el mayor de los montones de plata y oro que había encima de la mesa. Su compañero, Steve Henderson, marchaba también perfectamente. El quinto hombre era un individuo desconocido en aquellas latitudes. El sexto se esforzaba por mantenerse sereno, pero sudaba copiosamente. Se le daba mal aquello. Contaría veintitantos años de edad y, a juzgar por el aspecto de sus manos y rostro, no era ningún caballista. Por otro lado, bastaba verlo mover las cartas para apreciar que tenía poco de jugador. Se llamaba Barse Lockheart.
El tren de las 21'45
El tren de las 21'45
Llovía torrencialmente.
Los relámpagos y los truenos se sucedían unos a otros y el aire silbaba por entre los árboles lanzando a la inmensidad del llano, a las colinas, a las cercanas montañas, su lúgubre y lastimero aullido.
Daba de lleno en la traqueteante y vieja máquina, como queriendo detener su marcha, como deseando impedirle que aquella noche llegara y se detuviera en la pequeña estación de Big Piney.
Era el tren de las 21'45.
Llovía torrencialmente.
Los relámpagos y los truenos se sucedían unos a otros y el aire silbaba por entre los árboles lanzando a la inmensidad del llano, a las colinas, a las cercanas montañas, su lúgubre y lastimero aullido.
Daba de lleno en la traqueteante y vieja máquina, como queriendo detener su marcha, como deseando impedirle que aquella noche llegara y se detuviera en la pequeña estación de Big Piney.
Era el tren de las 21'45.
lunes, 16 de enero de 2012
¡Llegará tu castigo!
¡Llegará tu castigo!
El jinete que iba delante detuvo su montura.
-¿Ves lo mismo que yo?
-No hay duda. Han incendiado algo en ese rancho.
-Debe ser un granero. Está cerca de las otras viviendas.
-Algún accidente.
-No. Fíjate bien.
Los dos jinetes avanzaron decididos, pero al llegar cerca de la casa, oyeron que les decían:
-¡Esas manos por encima de las cabezas! ¡Pronto, o disparo!
El jinete que iba delante detuvo su montura.
-¿Ves lo mismo que yo?
-No hay duda. Han incendiado algo en ese rancho.
-Debe ser un granero. Está cerca de las otras viviendas.
-Algún accidente.
-No. Fíjate bien.
Los dos jinetes avanzaron decididos, pero al llegar cerca de la casa, oyeron que les decían:
-¡Esas manos por encima de las cabezas! ¡Pronto, o disparo!
La chica de Abilene
La chica de Abilene
Chris Steward entró en el saloon El Toro Borracho, uno de los tres locales de diversión existentes en Amarillo, la popular ciudad ubicada al norte de Texas.
Eran poco más de las once de la mañana, por lo que nada de extraño tenía que en el local no hubiese un sólo cliente. Ni siquiera estaban las chicas del saloon, porque casi todas ellas dormían todavía, lo cual era muy lógico también, teniendo en cuenta que se acostaban muy tarde y bastante cansadas.
Chris Steward entró en el saloon El Toro Borracho, uno de los tres locales de diversión existentes en Amarillo, la popular ciudad ubicada al norte de Texas.
Eran poco más de las once de la mañana, por lo que nada de extraño tenía que en el local no hubiese un sólo cliente. Ni siquiera estaban las chicas del saloon, porque casi todas ellas dormían todavía, lo cual era muy lógico también, teniendo en cuenta que se acostaban muy tarde y bastante cansadas.
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