jueves, 10 de mayo de 2012

No tengas prisa para morir

No tengas prisa para morir

-¡Leeman!
Más que una interpelación era un grito, una llamada, la voz ronca de la muerte que se agudizaba al elevar el tono.
Leeman estaba acodado en el mostrador del saloon. Era un mostrador hecho de una sola pieza de viejo roble, una pieza de casi cuatro pulgadas que una bala de revólver no conseguiría atravesar.
El mozo del saloon miró a Leeman y los que estaban en el local, dejaron de jugar, cuchichearon, se apartaron de las ventanas. Todos sabían quién estaba afuera.

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