sábado, 18 de enero de 2014

Marcial Lafuente Estefanía

Al margen del peligro

Avanzaba lentamente con el caballo de la brida y otro más, unido a éste. Y no cesaba de mirar en todas direcciones.
Había una verdadera fiebre en la construcción de viviendas.
Nadie se fijaba en él.
Las casas que ya existían en el pueblo, se diferenciaban de las otras, por los materiales de que estaban construidas.



Silver Kane

Una mujer de saloon

El hombre descendió del tren en la estación terminal, cargó con su silla, su manta y su rifle y avanzó a pasos cortos por el andén donde el sol de la mañana empezaba a disolver la delgada capa de nieve que se había formado durante la noche anterior.
Poco más allá estaba la frontera canadiense. De las montañas de Manitiba llegaba un viento helado y limpio.
El recién llegado era alto y fuerte, pero se adivinaba que le resultaba fatigoso caminar bajo la pesada impedimenta. Llevaba provisiones para varios días y tres cajas de balas. La silla era de las mejores y muy bien repujada. Seguramente la había comprado en México. El rifle, un "Winchester" último modelo, con la caja de mecanismos tan cuidada como un aparato de relojería.

Silver Kane

Millonaria peligrosa

-¡Colgadlo!
La orden había partido, seca, brutal, de la garganta del coronel Latimer.
Los tres hombres que le escoltaban se dispusieron a obedecer. Avanzaron hacia el interior de la habitación de una magnífica casa del Sur, que se alzaba en mitad de la llanura.
El hombre cuya muerte había decidido el coronel miró a éste con los ojos incrédulos.
-No es posible... -balbució.
Era un hombre que podía ser considerado viejo, en aquella época. Tendría unos cincuenta años. Vestía descuidadamente, y llevaba sobre sus ropas una gran bata manchada de barro, pues hasta aquel momento había estado haciendo figuras modeladas. Pese a la sencillez de aquellas ropas, se adivinaba en él una gran distinción. Cualquiera que lo viese habría pensado: "Este hombre ha sido rico durante toda su vida".

Silver Kane

Los Colts malditos de Nevada

Son muchos los que han oído extrañas leyendas acerca de de Tonopah. Son muchos los que saben que durante algunos años fue una ciudad violenta entre los violentos, y más salvajes aún que la salvaje Carson City. Muchas de esas leyendas que se cuentan, y que parecen sencillamente increíbles, son verdad. Y algunos de los hombres que vivieron en Tonopah, y que hoy yacen en el pequeño cementerio de la localidad, añadirán detalles que a buen seguro habían de estremecer al que los conociese.

Silver Kane

He vuelto para morir

A pesar de que Estados Unidos se encontraba en guerra civil, y a pesar de que Texas iba siendo invadida ya por las tropas enemigas, aquella boda entre el capitán Marlon y "la muchacha más bonita del Sur", se había celebrado con toda solemnidad.
Más de trescientos invitados habían asistido a la ceremonia, y entre éstos se distinguían por lo menos cincuenta uniformes sudistas y diez o doce entorchados de general.

Silver Kane

El fantasma del Valle de Cristo

Johnny Burton fue el primero en ver el fantasma. Fue el primero en captar su misteriosa música.
Porque, eso sí, todo empezó con aquella música, con aquella extraña melodía que flotó en la niebla como una canción de otro mundo.
Johnny Burton estaba vigilando las evoluciones de un potrillo recién nacido, en la zona del valle donde dejaba a sus animales en libertad, cuando oyó sonar aquel violín. Y como oír allí la música de un violín era tan extraño como oír los cañonazos de un buque de guerra, el ganadero dejó de prestar atención al potrillo y tensó las orejas mientras por un momento tenía la sensación de no entender nada. Pero el violín se oía tan claramente que muy pronto comprendió que no estaba soñando.

Silver Kane

Asesino profesional

Se acercó lenta, pausadamente. Sus espuelas producían un sonido cantarino al andar. El ruido de las pisadas sobre la gravilla también marcaba cada uno de sus pasos.
El hombre era alto y muy corpulento. Llevaba una camisa abierta en parte y mostraba el pecho velludo. Sus brazos eran muy largos y una de las manos, la derecha, acariciaba la culata de su "Colt".
Frente a él había unos diez hombres más.

Marcial Lafuente Estefanía

Trágica carrera

-No debieran acudir a esa invitación... Tienen que terminar por convencerse de que se nos odia de la manera más intensa... Y, especialmente, esa familia que es la que capitanea todo cuanto es molesto para nosotros.
-Se trata de la sobrina que ha llegado hace unos días. Es ella la que firma la invitación.
-No esperen que sea distinta. Todos estos californianos sienten un odio hacia nosotros, que temo termine cualquier día en una revuelta. Están buscando el apoyo de los indios de todo el  Sudoeste... -dijo el coronel al mayor y al capitán, que estaban en su despacho.

Marcial Lafuente Estefanía

Tierra desafiante

-¿Quién ha dicho que traigas ese caballo a esta cuadra?
-El capataz.
-Dile que yo no quiero que se haga. Así que déjale donde estaba.
-Es que es orden de la hija del patrón...
-¡Te he dicho que lo dejes allí!
El vaquero, encogiéndose de hombros, así lo hizo, y marchó para dar cuenta de ello a Rock.

Marcial Lafuente Estefanía

Madera de pistolero

La guerra de Secesión había identificado en la comunidad de propósitos y de peligros a los seres más heterogéneos.
Permitió que la intolerancia en ciertas clases privilegiadas se hiciera más flexible por la necesidad constante convivencia de aquellos seres considerados hasta entonces de inferior categoría, incluso en lo biológico.
Los jóvenes de la llamada aristocrática Virginia convivieron, al ser arrancados de sus plantaciones y palacios, con hombres modestos, pudiendo comprobar que también éstos tenían corazón y sentimientos.

Marcial Lafuente Estefanía

Listos para arrastrar

-Escuche esa canción, capitán... Es maravillosa.
-Escuchará muchas a la orilla del río a medida que vayamos descendiendo. Estamos llegando a Onawa... Pronto se verá el gran almacén. De allí es de donde parten esas voces. Es una especie de gritos de libertad de los que hasta hace poco pertenecieron a la esclavitud... En esa dirección está el gran almacén.
La elegante joven miró hacia el lugar que el capitán le indicó.

Marcial Lafuente Estefanía

La paz de Andy Sheridan

La guerra de Secesión, entre los Estados abolicionistas y esclavistas, había finalizado hacía meses.
En los cuatro años que duró la contienda, Bob Rocke, considerado como uno de los hombres más estimados del estado de Alabama, había perdido su fortuna. Podía asegurarse, sin temor a equivocaciones, que durante la lucha, con su apoyo económico al Ejército Confederado había quedado en la ruina. Lo único que conservaba de su antigua fortaleza económica era la casa en que vivía con su hija Alma y una extensa plantación desolada por la acción de la guerra.

Marcial Lafuente Estefanía

Jinete justiciero

-Existen diferentes versiones sobre objetos personales que pertenecieron a uno de los hombres...
-Aquí tiene el dinero -interrumpió el alto joven al subastador-. Ahórrese la molestia de más explicaciones. No estoy interesado en esas leyendas.
-Bien. ¿A qué nombre?
-¡Ben Sheffield! -respondió.
Los murmullos aumentaron y todos miraban al joven que por su alta talla era fácil de descubrir.
-¡El hijo! -decían.
El que dijo llamarse así depositó el dinero sobre la mesa del subastador.

Marcial Lafuente Estefanía

En el pico más alto

-Muy bien, Jesse, muy bien. Así, así es como se hace... sujétale bien, eso es... Lo has conseguido, muchacho..., ¡muy bien! -comentaba para sí Julius Aaron observando con interés todos los movimientos que hacía su nieto-. ¿Sabes una cosa, Jesse? -agregó-. Aunque nunca te lo he dicho, me siento muy orgulloso de ti... Quieto, vaya, hombre, ¿es que no me has oído? Duerme un poco más... ¡Fíjate! Puedes verlo tú también. ¡No existe un caballo como ése en todo el territorio de Arizona! Y el que ha conseguido darle caza es mi nieto, ¿sabes? ¡Basta! No me molestes ahora, te lo suplico...

Marcial Lafuente Estefanía

El herrero de El Paso

-¡Linda! No quiero que vengas por aquí con tanta frecuencia.
-No es un delito distraer a este muchacho. Al mismo tiempo aprendo muchas cosas de él.
-Pero pueden pensar mal. Así que vas a suspender tus visitas.
-¿Es que no puedo venir a ver a mi padre tampoco? Esta es tu oficina. Y aquí está tu trabajo, ¿no es así?
-De todos modos, no quiero que vengas.
-Tú no eres el que ha decidido esto. Lo ha decidido tu amo.

Marcial Lafuente Estefanía

El furgón negro

Comían en silencio Agatha y su padre.
El sheriff miraba de vez en cuando a la muchacha.
-Es una tontería -dijo al fin- que te enfades conmigo. Nada puedo hacer.
-¿Es que no conoces a Tom...? ¿Vas a creer a ese cobarde ventajista de Fairbanks...?
-No depende de mí ni tiene importancia alguna lo que yo pueda pensar... Es cierto que Tom lo que yo pueda pensar... Es cierto que Tom no anda bien económicamente desde hace una temporada.

Marcial Lafuente Estefanía

¡Cuando gane con el Colt!

Cary caminaba por el centro de la calzada con más de tres pulgadas de polvo y pensaba en los que sería esa calle en un día de lluvia. Imaginaba un barrizal por el que no se podría caminar a pie. Y al fin, decidió lo más correcto. Montar sobre el animal y buscar un herrero que era lo que consideraba más urgente, porque una de las herraduras estaba bastante floja.
Había preguntado por el taller de algún herrero y le indicaron que siguiera por esa calle, pero como la distancia se hacía excesiva para seguir caminando por un mar de polvo, saltó sobre el animal. Y no tardó en encontrar lo que buscaba.

Adam Surray

Tiempo de morir

Harold Hawkins alzó el vaso de whisky.
Con una amplia sonrisa en los labios.
-Eres el primero en saberlo, Warren. Nancy aún no quiere que se conozca nuestro compromiso; pero es cosa hecha. Poco a poco irá tanteando el terreno con su padre. ¿Te das cuenta? ¡En un futuro próximo me convertiré en el yerno del gran Peter Tuchner! Dejaré de ser un vulgar empleado de la Tucher Paper para pasar a máximo dirigente de la compañía. El viejo Tuchner pronto cederá el mando y... ¿Qué diablos te ocurre, Warren? Cualquiera diría que te estoy comunicando el fin del mundo.

Burton Hare

Van hacia la muerte

Estaba sentado en un coche, eso era seguro porque a una pulgada de mi nariz había un volante y más allá el salpicadero anticuado, el parabrisas, y aún más allá una oscuridad absoluta.
Aquello era un coche, pero estaba ladeado de un modo muy curioso. Mi cuerpo descansaba contra el respaldo y era igual que si el morro del coche apuntara a las estrellas.
Sacudí la cabeza. O intenté hacerlo, porque el primer movimiento brusco empezó a dolerme como el infierno. Resultó una llamarada que se extendió por el resto del cuerpo y ya no hubo una pulgada de mi piel que no doliera con creciente intensidad.

Curtis Garland

Cadáver repetido

-Tienes visita, Slade.
Levanté la cabeza. Por un momento, pensé haber oído mal.
-¿Es a mí? -pregunté-. ¿Has dicho... una visita?
-Sí, eso dije -afirmó el celador, haciendo chirriar la llave en la cerradura. Luego, pulsó el resorte electrónico y la puerta de la celda se deslizó, con un suave zumbido-. ¿Es que te has vuelto sordo últimamente?
-Y mudo. Y ciego -rezongué, encogiéndome de hombros. Luego sacudí la cabeza-. No espero visitas. Nadie se acuerda de mí. Ni siquiera mi abogado. Como es de oficio, y no espera cobrar un centavo por mi defensa, me ha dejado abandonado a mi suerte.

Marcial Lafuente Estefanía

Al margen del peligro

Avanzaba lentamente con el caballo de la brida y otro más, unido a éste. Y no cesaba de mirar en todas direcciones.
Había una verdadera fiebre en la construcción de viviendas.
Nadie se fijaba en él.
Las casas que ya existían en el pueblo, se diferenciaban de las otras, por los materiales de que estaban construidas.

Marcial Lafuente Estefanía

Crímenes vengados

-Tienes que escucharme, papá.
-Lo que tienes que hacer es guardar silencio mientras comemos.
-No puedes ser tan injusto como otras personas, de las que me has hablado muchas veces. Tú sabes que ese muchacho es inocente.
-Lo único que sé es que todo le condena.
-Circunstancias... ¡Circunstancias! Esto es lo que te he oído decir otras veces. Y ahora no admites lo mismo que has sostenido tanto tiempo.

Lou Carrigan

Tren a Texas

El jinete entró en Cedar Town llevando tras él otro caballo, que transportaba en su lomo un gran bulto, envuelto en una lona. Pero no del todo envuelto, ya que a cada lado del caballo se veían los dos pies de un hombre. A poco que se pensase, era fácil llegar a la conclusión respecto a qué significaban aquellos pies.
A buen seguro, nadie en Cedar Town dejó de comprender que en el segundo caballo iban dos muertos, cruzados sobre la silla, cada uno con la cabeza a un lado. No era un espectáculo alegre. La gente se volvía para mirar al jinete, pero éste no parecía ver a nadie. Iba a lo suyo, que es lo sensato y conveniente siempre.

Keith Luger

La risa del asesino

-Me gusta la ciudad, ¿y a usted?
El conductor del taxi emitió un gruñido.
Kate agrandaba los ojos observando por las ventanillas las casas, el tráfico, las aceras llenas de gente, los escaparates de los grandes almacenes...
-Es maravilloso -rió-. Mi tío Johnny se quedó corto. Todos ustedes tienen suerte. Usted también la tiene, amigo, por vivir en un paraíso como éste. Apuesto a que lleva mucho tiempo aquí.
-Sí, mucho -asintió el conductor.

Keith Luger

El resonar del trueno

Gus Lerency, de sesenta años, delgado, ojillos de ratón, sombrero raído y ropa a la miseria, muy cubierta de mugre, se detuvo delante de la verja del palacio del emperador Maximiliano.
Los dos centinelas, que montaban guardia en sus respectivas garitas, lo miraron con prevención y enseñaron las bayonetas que remataban sus fusiles.
Gus se sacudió las ropas, con lo cual elevó una espesa nube de polvo, y sonrió forzadamente a los dos centinelas.



Acusaciones injustas

Acusaciones injustas

A pocas millas de Dodge City, tres jinetes descienden de sus caballos, a los que cubren con unas mantas secando el copioso sudor que pone un brillo metálico en la piel.
Extenuados, déjanse caer al suelo, recibiendo la caricia de la verde hierba protegida del sol por un grupo de sicómoros y pinabetes.
El más joven de ellos, antes de echarse, tiende su mirada hacia el horizonte que queda a sus espaldas.
-Hace más de dos días que no hemos vuelto a ver a nuestros "perros" -dice al tiempo de tenderse sobre la fresca hierba-. Estoy seguro de que conseguimos escapar de ese tozudo sheriff.