El mestizo
Dolan Tovne y Betty Brewer, inmóviles, silenciosos, contemplaban las diversas tonalidades del firmamento, las rocas y el río, que parecía fundirse, en un incomparable tapiz multicolor.
Las caudalosas aguas del Colorado deslizábanse rápidas por las rocosas gargantas de Gran Cañón, en Sierra Negra, al norte del Estado de Arizona, entre torbellinos de espumas y un fragor de trueno.
Las galerías y cavernas, abiertas por la corriente en épocas remotas, semejaban fantásticas obras arquitectónicas de un mundo quimérico. La perfección de los arcos, colomnas, torres y balaustradas, y el color gris rojizo de los peñascos, que se mezclaban con todos los del iris en la maravillosa puesta del sol de aquel atardecer del verano del 1869, demostraban que Madre Naturaleza puede brindar espectáculos jamás concebidos por la inteligencia del hombre.
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