Pon la bestia sobre su tumba
Los naipes pasaban por sus manos como si no los viera; sin embargo, se hallaba muy atento a ellos y a su significado, tratando de ligar un buen juego en aquellas sucesivas partidas de póker.
Mientras jugaba y fumaba, tratando de disimular sus nervios, por la mente de Clark J. Nelson, un joven muy alto y delgado, de abundantes cabellos castaño cobrizos, que le caían sobre la frente, escapando por debajo del "Stetson" como ramas de un frondoso sauce llorón, desfilaban los recuerdos.
Clark tenía mucho cabello, pero gracias a que era lacio, lograba encasquetarse el sombrero. Pese a su color castaño cobrizo, tenía los ojos de un azul muy claro, como el cielo de un día soleado, en ese pundo en que el sol está alto y deslumbrante.
martes, 22 de noviembre de 2011
Con el Colt preparado
Con el Colt preparado
El jinete detuvo su marcha en la cima de la pequeña colina.
-¡Wyoming! -exclamó-. Más de mil kilómetros desde El Paso.
La muchacha rubia, desgreñada y sudorosa que le acompañaba, murmuró con desgana:
-¿Crees que servirá de algo?
-¡Rossie! -exclamó él con una dulce sonrisa-. Me han echado de demasiadas ciudades, y me prometí interiormente que esto no volvería a ocurrir. Me lo debo a mí mismo y te lo debo a ti.
-Me lo has prometido demasiadas veces, Max. Perdona si no me impresionan tus palabras.
-Ahora será distinto, Rossie. No tendrás queja de mí.
El jinete detuvo su marcha en la cima de la pequeña colina.
-¡Wyoming! -exclamó-. Más de mil kilómetros desde El Paso.
La muchacha rubia, desgreñada y sudorosa que le acompañaba, murmuró con desgana:
-¿Crees que servirá de algo?
-¡Rossie! -exclamó él con una dulce sonrisa-. Me han echado de demasiadas ciudades, y me prometí interiormente que esto no volvería a ocurrir. Me lo debo a mí mismo y te lo debo a ti.
-Me lo has prometido demasiadas veces, Max. Perdona si no me impresionan tus palabras.
-Ahora será distinto, Rossie. No tendrás queja de mí.
Balas para los canallas
Balas para los canallas
Turk Miller acabó de limpiar y engrasar sus armas. Era un hombre alto, de caderas estrechas y anchas espaldas, característica de los hombres que pasan la mayor parte de su vida sobre la silla de sus caballos. La nota más sobresaliente de sus facciones, correctas, la daban sus pálidos y penetrantes ojos en su tez morena.
Clenn Hetch, a su lado, acabó también de limpiar y engrasar sus armas. Un pesado rifle "Sharp" y dos "Colts" de calibre 45.
Clenn tenía bastante más edad que su compañero. Su rostro, extremadamente alargado, mantenía siempre la expresión más lúgubre que pueda imaginarse.
Turk Miller acabó de limpiar y engrasar sus armas. Era un hombre alto, de caderas estrechas y anchas espaldas, característica de los hombres que pasan la mayor parte de su vida sobre la silla de sus caballos. La nota más sobresaliente de sus facciones, correctas, la daban sus pálidos y penetrantes ojos en su tez morena.
Clenn Hetch, a su lado, acabó también de limpiar y engrasar sus armas. Un pesado rifle "Sharp" y dos "Colts" de calibre 45.
Clenn tenía bastante más edad que su compañero. Su rostro, extremadamente alargado, mantenía siempre la expresión más lúgubre que pueda imaginarse.
El mestizo
El mestizo
Dolan Tovne y Betty Brewer, inmóviles, silenciosos, contemplaban las diversas tonalidades del firmamento, las rocas y el río, que parecía fundirse, en un incomparable tapiz multicolor.
Las caudalosas aguas del Colorado deslizábanse rápidas por las rocosas gargantas de Gran Cañón, en Sierra Negra, al norte del Estado de Arizona, entre torbellinos de espumas y un fragor de trueno.
Las galerías y cavernas, abiertas por la corriente en épocas remotas, semejaban fantásticas obras arquitectónicas de un mundo quimérico. La perfección de los arcos, colomnas, torres y balaustradas, y el color gris rojizo de los peñascos, que se mezclaban con todos los del iris en la maravillosa puesta del sol de aquel atardecer del verano del 1869, demostraban que Madre Naturaleza puede brindar espectáculos jamás concebidos por la inteligencia del hombre.
Dolan Tovne y Betty Brewer, inmóviles, silenciosos, contemplaban las diversas tonalidades del firmamento, las rocas y el río, que parecía fundirse, en un incomparable tapiz multicolor.
Las caudalosas aguas del Colorado deslizábanse rápidas por las rocosas gargantas de Gran Cañón, en Sierra Negra, al norte del Estado de Arizona, entre torbellinos de espumas y un fragor de trueno.
Las galerías y cavernas, abiertas por la corriente en épocas remotas, semejaban fantásticas obras arquitectónicas de un mundo quimérico. La perfección de los arcos, colomnas, torres y balaustradas, y el color gris rojizo de los peñascos, que se mezclaban con todos los del iris en la maravillosa puesta del sol de aquel atardecer del verano del 1869, demostraban que Madre Naturaleza puede brindar espectáculos jamás concebidos por la inteligencia del hombre.
Ángel de exterminio
Ángel de exterminio
Era una bella inscripción sobre mármol:
"Así sucederá al fin de los siglos: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos..."
Era el versículo de las Escrituras. Justamente el número cuarenta y nueve, del capítulo trece de san Mateo, como hubiera podido identificarlo enseguida un entendido, un creyente, un predicador o alguien que se preocupara con cierta asiduidad del Libro Sagrado.
Lo malo es que en aquel lugar y en aquel recinto precisamente, muy pocos eran los que se preocupaban de tales cosas. Y, ciertamente, muchos menos aún hubiesen llegado a identificar el versículo al pie de un mausoleo que correspondía a las palabras de san Mateo: un bello ángel de mármol, sobre pedestal de piedra, a tamaño natural o poco mayor que el de un hombre de carne y hueso.
Era una bella inscripción sobre mármol:
"Así sucederá al fin de los siglos: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos..."
Era el versículo de las Escrituras. Justamente el número cuarenta y nueve, del capítulo trece de san Mateo, como hubiera podido identificarlo enseguida un entendido, un creyente, un predicador o alguien que se preocupara con cierta asiduidad del Libro Sagrado.
Lo malo es que en aquel lugar y en aquel recinto precisamente, muy pocos eran los que se preocupaban de tales cosas. Y, ciertamente, muchos menos aún hubiesen llegado a identificar el versículo al pie de un mausoleo que correspondía a las palabras de san Mateo: un bello ángel de mármol, sobre pedestal de piedra, a tamaño natural o poco mayor que el de un hombre de carne y hueso.
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