jueves, 10 de mayo de 2012

No tengas prisa para morir

No tengas prisa para morir

-¡Leeman!
Más que una interpelación era un grito, una llamada, la voz ronca de la muerte que se agudizaba al elevar el tono.
Leeman estaba acodado en el mostrador del saloon. Era un mostrador hecho de una sola pieza de viejo roble, una pieza de casi cuatro pulgadas que una bala de revólver no conseguiría atravesar.
El mozo del saloon miró a Leeman y los que estaban en el local, dejaron de jugar, cuchichearon, se apartaron de las ventanas. Todos sabían quién estaba afuera.

El fugitivo

El fugitivo

El pueblo estaba lleno de vaqueros y trabajadores que acababan de cobrar sus jornales, pasándose las horas ante sus vasos, llenos de rojizo licor.
En la habitación más escondida del Lafe Hennesy, seis hombres se hallaban sentados alrededor de una mesa redonda, jugando al póker. Dos de ellos eran vaqueros que se proponían pasar la noche así. Quade Belton, un jugador profesional, moreno, de ojos muy vivos, tenía ante él el mayor de los montones de plata y oro que había encima de la mesa. Su compañero, Steve Henderson, marchaba también perfectamente. El quinto hombre era un individuo desconocido en aquellas latitudes. El sexto se esforzaba por mantenerse sereno, pero sudaba copiosamente. Se le daba mal aquello. Contaría veintitantos años de edad y, a juzgar por el aspecto de sus manos y rostro, no era ningún caballista. Por otro lado, bastaba verlo mover las cartas para apreciar que tenía poco de jugador. Se llamaba Barse Lockheart.

El tren de las 21'45

El tren de las 21'45

Llovía torrencialmente.
Los relámpagos y los truenos se sucedían unos a otros y el aire silbaba por entre los árboles lanzando a la inmensidad del llano, a las colinas, a las cercanas montañas, su lúgubre y lastimero aullido.
Daba de lleno en la traqueteante y vieja máquina, como queriendo detener su marcha, como deseando impedirle que aquella noche llegara y se detuviera en la pequeña estación de Big Piney.
Era el tren de las 21'45.